Ricardo Rosas y E. Alexandra Dadivoff – Línea 2: “Inclusión de la Discapacidad”
El movimiento de la inclusión educativa ha sido un fenómeno global desde la década de los 90, fundamentalmente gracias a la declaración de Salamanca (1994) en la que muchos estados se comprometieron a desarrollar sistemas educativos que acabaran con la segregación, particularmente debido a condiciones de discapacidad. La declaración fue muy importante para impulsar lo que, desde entonces, ha sido una progresiva transformación de la escuela regular, abierta a estudiantes de toda condición y para generar programas especiales que hicieran posible esa inclusión (por ejemplo, en Chile, el Programa de Integración Escolar).
Si bien en gran parte del mundo esto ha implicado el progresivo desmantelamiento de la Educación Especial, en la práctica en todos los países se han mantenido ya sea escuelas, o partes de ella, con secciones segregadas para atender a los casos de discapacidad más severa, sobre todo de tipo intelectual. En otros casos, a menor escala, se han mantenido las escuelas para sordos, aunque, casi sin excepción, con un gran debate y controversia entre los defensores de una inclusión a ultranza de los estudiantes sordos, versus los que defienden la cultura sorda y su derecho a tener sus propias escuelas.
El movimiento inclusivo ha sido también el responsable de transitar progresivamente, de la noción de diferencia, a la de diversidad. Si imaginamos estos conceptos de manera gráfica, el concepto de diversidad evoca varios puntos iguales sobre un fondo blanco, el de diferencia, sólo dos. En otras palabras, la diversidad nos refiere a un conjunto de todos iguales, el de diferencia, a dos distintos. Diversidad, paradojalmente, evoca igualdad. Diferencia, conserva su significado.
Por cierto que “igualdad” en el contexto de la educación inclusiva, se trata – o debiera tratarse – de la garantía que hace el sistema educativo que todos los estudiantes reciban igual calidad de educación. Y para ello, paradojalmente, debemos atender a las diferencias, ya que para recibir igual calidad de educación, será preciso disponibilizar los recursos que sean necesarios para poder subsanarlas. Así, entonces, vemos que el principal desafío de educación inclusiva es resolver las múltiples paradojas que genera esta tensión principal entre inclusión y diferencia. En este breve ensayo, proponemos las siete principales.